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domingo, 13 de marzo de 2011

Por el cordón umbilical

Desde el momento en el que pusieron sobre su vientre a Lucía, pero no a David, Olivia supo que se pasaría toda la vida pendiente de él. Que toda aquella fuerza que estaba empezando a despertar en su interior era suya, pero no le pertenecía. Que en aquel parto ella también había vuelto a nacer.

Olivia había disfrutado de una infancia apacible y sin contratiempos en aquel Aranda de Duero de los años 40 que, como el resto de España, trataba de ponerse en pie tras los duros años de la posguerra. Ejerció de mayor de cinco hermanos con una mente demasiado despierta para una mujer de su tiempo. Le hubiera encantado escribir novela rosa como Corín Tellado o, mejor aún, ser locutora de radio como Maruja Cerezo, aquella pionera de La Voz de Valladolid (la emisora del Movimiento), pero estudió auxiliar de enfermería en el Hospital Clínico Universitario de Valladolid. Allí conocería a Eusebio, un enfermero bonachón con quien contrajo matrimonio a los 23. Con él formó un hogar en el que se sintió valorada muy por encima de lo que jamás había imaginado. 

Tuvo a su primer hijo Tomás dos años después de casarse, y dieciséis meses después trajo al mundo a Lucía y a David, unos gemelos que escribirían sus destinos en renglones muy distintos. Lucía salió a su madre, decidida y muy resuelta. Pero David no tuvo la misma suerte, ya que en el parto estuvo a punto de perder la vida. De hecho la perdió casi toda, su cerebro sufrió lesiones irreversibles que le condenarían a vivir en estado vegetativo el resto de sus días. David permanecería amarrado a su madre de por vida, aquel cordón umbilical que estuvo a punto de estrangularle, nunca dejó de presionar. 

Pero Olivia no quiso creer que la sentencia era en firme. Recorrió los pasillos de muchos hospitales y pasó largas noches bajo la luz del flexo devorando libros, informes y ensayos clínicos. En el despacho de su casa se amontonaron papeles, tazas con restos de café y preguntas sin respuesta. Se entrevistó con los mejores especialistas, e incluso acudió a la medicina alternativa. Pero todo fue en vano, las puertas que tanto le costaba abrir se iban cerrando una tras otra. Un día, uno de los médicos del hospital en quien más confiaba, se topó con ella en la cafetería y se asustó al verla tan demacrada y tan perdida. Se le acercó, y después de ella se sincerase la cogió de la mano y le dijo: "Olivia, David tiene una parálisis cerebral con cuadriplejía espástica que no tiene cura. Su córtex está muy dañado y nunca te verá, ni te oirá, ni caminará, ni llevará una vida medianamente normal. No tendrá capacidad para amar, aunque sí podrá responder a algún estímulo. En los años que le quedan de vida la medicina apenas avanzará. Es duro, pero David va a estar en un mundo distinto al nuestro y tú vas a ser su razón de ser. Vas a tener que cuidarte mucho y ser más fuerte que nunca, porque nadie podrá entender lo que tú tampoco serás capaz de explicar. Y no intentes buscar explicación a esto, porque no la hay. Cuídate Olivia, cuídate mucho."  

Con aquellas palabras Olivia dio portazo a las esperanzas con las que había querido alimentar a su hijo. Cayó de bruces en la cruda realidad y se levantó de inmediato para quererlo como sólo una madre es capaz. Pasó un par de años bajo tratamiento psicológico para superar la ansiedad y dejar atrás aquel sentimiento de culpabilidad que la acechaba. Adelgazó mucho y se abandonó otro tanto, envejeció muy rápido. Pidió una excedencia en el hospital. Y aunque tuvo que racionar el tiempo a sus hijos y a su marido, ellos nunca se lo reprocharon. Eusebio también redobló esfuerzos encadenando turnos y festivos para sacarles adelante. Con la misma determinación con la que salía cada mañana a trabajar, regresaba por la noche para acostar a sus hijos. Con la llegada de David, Olivia y Eusebio siempre estuvieron de guardia, pero nunca pudieron compartir turno, ni para juegos bajo las sábanas, ni para casi nada.

La rutina y las costumbres la ayudaron a domesticar aquella naturaleza tan cruel. Cada seis horas Olivia le cambiaba de posición para que no se le formaran escaras. Aunque David no pesaba mucho, solía estar tan rígido y ausente que ella tenía que ingeniárselas para moverle, a veces parecían dos yudocas forcejeando sobre la cama. Cada mañana Olivia se preocupaba de que David hiciera su tabla de ejercicios, para ella doblar y estirar aquellas piernas y aquellos brazos oxidados era peor que una sesión de gimnasio. Luego Olivia se encargaba de asearle a fondo. Le cambiaba el pañal y le frotaba con una esponja que solía humedecer en un barreño de agua templada con jabón. A David le encantaba el olor a limpio de aquel jabón, a Olivia también. Una vez por semana María, la masajista, acudía a su casa para destensar aquellos músculos agarrotados. Cuándo hundía sus dedos en aquel cuerpo retorcido, él cerraba los ojos y emitía unos gemidos casi imperceptibles. Si no fuera por las babas que dejaba sobre la almohada, se diría que estaba agonizando. Después Olivia le aplicaba una pomada entre las piernas, que ya se rozaban como las de unas tijeras, y le cortaba con mucho cuidado las uñas de los pies y de las manos. Olivia seguía aquellos rituales con devoción. David nunca se le quejó ni se lo agradeció, nunca añadió una arista más en su rostro tirante y desencajado.  

Como Olivia tenía que sacarse aquella presión de alguna manera, empezó a escribir un diario. En aquel cuaderno gris con el lomo dorado trató de pasar página a los malos momentos y en él celebró sus victorias domésticas. Aquel cuaderno sería durante mucho tiempo su confesionario.

Martes 2 de Febrero de 1955: "Querido diario, hoy David ha cumplido tres años y lo hemos celebrado dando el primer paseo con el carrito nuevo que por fin hemos adaptado. El esfuerzo ha merecido la pena, jamás le había visto tan contento. Lucía y Tomás no se han soltado del carrito ni un sólo momento. Al principio a David el sol le molestaba y escapaba de él, pero luego buscaba su calorcito. Le ha encantado que el aire fresco le acariciara la cara. Ha sido increíble, se ha excitado tanto que al final ha tenido convulsiones y se ha quedado frito. Lo peor la gente, es tan maleducada...Aunque en la calle no veo a ningún niño como David, estoy segura que los hay, tienen que tenerlos escondidos. Mañana vamos a repetir, se lo he prometido."

Durante el día Olivia le leía en voz alta algún fragmento del libro que tenía entre manos. Por la noche ella se sentaba al pie de la cama para cantarle algo. Aquello también se convirtió en una rutina, hasta el punto de que si a ella se le olvidaba, David se despertaría sobresaltado a media noche, sacudido por algún espasmo. Entonces ella le calmaría con un beso en la frente, y le contaría algún secreto al oído, como si pudiera entenderlo. Olivia muchas veces trató de acercar a David a su mundo, sin darse cuenta de que en realidad era ella quien debía asomarse al suyo.

Pero la naturaleza es tan sabia que cuando falla es capaz de rebelarse contra sí misma. David empezó a rechazar las ayudas y a intentar lesionarse. Ella no tuvo más remedio que atarle con correas a la cama, fijarle la sonda de las medicinas con vendajes especiales y ponerle un respirador nocturno para evitar una muerte silenciosa. Olivia inmovilizaba a su hijo en silencio y sin mirarle a los ojos, apretando las mandíbulas con inconscientemente. A Olivia le parecía estar cruzando una delgada línea roja que David había pintado para ella. Pero no era la única, había otras de tiza pintadas en el suelo que tampoco estaba viendo:

Viernes 23 de Abril de 1958, Olivia escribe: "Hoy Lucía me ha regalado un dibujo que ha hecho en el cole para el día de la madre. Ha pintado una casa grande y me ha dibujado dentro al lado de David, que está dormido en la cama. Ella y Tomás están junto a su padre, jugando fuera, en la calle. Como no he podido reprimir las lágrimas Lucía me ha preguntado si no me había gustado. Yo le he dicho que era el regalo más bonito que me habían hecho nunca, que lloraba de la emoción. Ella me ha secado las lágrimas con sus deditos y yo he seguido llorando abrazada a ella, como si hubiera regresado de un largo viaje. No puedo seguir escribiendo, por hoy he tenido bastante". 

Un día Olivia notó que David no se inmutó cuando ella corrió las cortinas. Al pasar la mano por delante de su cara, su mirada bizca ya no la buscó en la sombra. Olivia, por primera vez, dejó escapar unas lágrimas delante de él. Poco después, David empezó a dejar de oir. Desde entonces Olivia le cogía de las manos para dirigirse a él, se las apretaba fuerte para decirle que le quería y se las acariciaba cuando lo notaba nervioso. El cuerpo de David retrocedía en el tiempo buscando su posición fetal, como si quisiera volver a comenzar  sin dejar rastro. Pero no fue un regreso fácil. Las sesiones de María, que venía ya tres veces por semana, resultaban insuficientes. David sufría unos dolores horribles y Olivia se desesperaba cada vez que le aumentaba la dosis de morfina. El quirófano también pasó a formar parte de la rutina. Le intervinieron varias veces para destensar la atrofia muscular y le implantaron una prótesis ortopédica en la cadera y otra en el fémur para sujetar unos huesos cada vez más quebradizos. Más tarde tuvieron que restaurarle la mucosa del esófago, abrasada por el reflujo de un estómago que rechazaba la comida. Desde entonces se alimentaría siempre a través de una sonda. 

Viernes 6 de Julio de 1966, Olivia escribe: "Hoy ha venido la tía Encarna a visitar a los niños. Hacía mucho tiempo que no venía. Y aunque siempre me he llevado muy bien con ella, no sé si estoy contenta de que haya venido. Cuando ha visto a David he visto en su rostro y en sus ojos una expresión de horror que me ha estremecido. Lo ha intentado disimular, pero se ha dado cuenta demasiado tarde. Los tubos, las máquinas, el respirador, las correas, el suero, el color de su piel, su mirada fija... Dios mío, no se en qué momento he dejado de ver la línea que me marcó David, tengo la sensación de haberla dejado atrás hace mucho tiempo."
  
David falleció de muerte natural un año y medio después. Murió apoyado en el vientre de su madre, sin ofrecer resistencia. Se fue apagando lentamente como una vela. Olivia no llevó luto, "el luto se lleva por dentro y en silencio" -solía decir-, pero durante un tiempo se quedó tan a oscuras que le costó gran esfuerzo llenar aquel vacío. De eso se encargaría su familia, con ayuda de Eusebio, Tomás y Lucía, se fue recomponiendo. Con ellos su vida fue recuperando la 'otra' normalidad. Fueron los 'otros' mejores años de su vida. 

Se reincorporó al Hospital Clínico en la sección de maternidad, donde fue recibida por sus compañeros con mucho cariño. Enseguida volvió a ser aquella mujer servicial y discreta a la que todos buscaban cuando algo se complicaba. Eusebio transformó la habitación de David en un cuarto de invitados y se deshizo de los aparatos, medicinas y recuerdos que pudieran reabrir las heridas que estaban cicatrizando. Olivia recuperó el brillo en los ojos, volvió a maquillarse cada mañana y a ir a la peluquería del barrio una vez por semana. En su billetera siempre llevó una foto tamaño carnet de Tomás, otra de Lucía y un recorte de una foto de David que besaba todos los días antes de salir de casa.   

El tiempo puso muchas cosas en su sitio durante los siguiente once años, pero las brasas de un fuego intenso pueden reavivarse en cualquier momento. Un 22 de Enero de un mal día de invierno una mujer a punto de dar a luz ingresó de urgencia en el Hospital. El parto se complicó tanto que el bebé acabó falleciendo y la madre, que ni si quiera puedo verlo, se salvó de milagro. Cuando la mamá despertó y reclamó a su bebé, el médico que la atendió le contó lo que había sucedido. Le dijo que el feto había venido en mala posición y que había salido casi sin vida, que a pesar del esfuerzo no habían sido capaces de reanimarlo. La madre, totalmente fuera de sí, montó en cólera profiriendo gritos e insultos como si la estuvieran matando. Agitaba los brazos y las piernas presa de la locura, las enfermeras se vieron en apuros para reducirla. El marido, que había acudido en su ayuda, se contagió de aquella histeria y amenazó al cirujano y al cuerpo médico con acudir a los tribunales. Olivia, que había presenciado toda la escena, no fue capaz de calmarle. 

Una semana después se supo que la denuncia había prosperado y que los resultados de la autopsia habían revelado algún resultado extraño. La Policía acudió al Hospital para abrir una investigación y para interrogar al cuerpo médico. Los médicos declararon que el bebé vino al mundo en estado de muerte cerebral, con las constantes vitales muy mermadas. Olivia también prestó declaración. Explicó que aunque ella intentó reanimarle siguiendo el protocolo, no hubo nada que hacer. Olivia se mostró tranquila en todo momento, aunque un poco alterada por la solemnidad de la situación. 

Tres días después la Policía se personó en casa de Olivia con una orden judicial de registro. 
- Buenos días ¿es usted Olivia? - preguntó el Policía.
- Sí, soy yo.
- Verá, estamos haciendo una investigación y tengo una orden de registro del juez para inspeccionar su domicilio, si colabora no nos llevará mucho tiempo - dijo el Jefe de Policía  mostrando la orden del juez.. 
- Adelante, adelante - dijo ella titubeante mientras les dejaba pasar y se encogía de hombros buscando la mirada de su marido que aparecía al fondo del pasillo. 

Mientras dos agentes iniciaron el registro del domicilio, el Jefe de Policía se quedó conversando con ellos. Al cabo de unos minutos, uno de los agentes lanzó un voz de alerta indicando que había encontrado algo. En su mano traía un cuaderno gris, con el lomo dorado, abierto por la última página. 

Jueves, 22 de Enero de 1989. David, hoy vas a tener otro amiguito a tu lado. Es muy morenito y con mucho pelo. Ha venido de urgencias cuando estaba a punto de irme. El médico ha conseguido salvar a su mamá, pero al bebé lo ha visto muy mal. Mientras se lavaba las manos le he oído decir que el bebé tenía una parálisis cerebral severa, irreversible, que era una lástima. Le ha dictado la misma setencia que cumpliste tú. Por eso me acerqué a la matrona y le dije que me ocupaba de él. Y lo hice, ahora seguro que estará muy contento de conocerte. A la mamá no le he dicho nada porque como no te conoce, seguro que no lo entendería. Tú y yo lo sabemos muy bien.  Que descanséis.  

El Jefe de Policía se estremeció aún más cuando comprobó que en aquel diario había 15 relatos más. Estaban fechados desde Marzo de 1978 y parecían casos similares a los que estaban siendo investigados. Comprobó también que existían otros relatos más íntimos y personales, el último de ellos fechado el 2 de Diciembre de 1967. Mientras los policías examinaban su diario sin perder detalle, Olivia se apretaba las manos con fuerza buscando el cielo con su mirada. Eusebio, que permanecía a su lado, no entendía nada. Intuyó que Olivia le había estado ocultando algo serio y temió lo peor. 

Una vez que el Jefe de Policía comprobó que Olivia era la propietaria de aquel cuaderno, procedió a  su orden de arresto acusada de homicidio voluntario. Ella, visiblemente emocionada, no opuso ninguna resistencia. Le pidió a su marido que estuviera muy tranquilo, y que por favor no le dijera nada a los niños. Antes de que la metieran en el coche patrulla, Eusebio leyó en los labios de Olivia un emocionado "TE QUIERO".  

Meses más tarde, cuando el juez entró en aquella fría sala del Juzgado de Instrucción nº2 de lo Penal, todos los asistentes se pusieron en pie. El juez mandó sentar e informó a los letrados y a la acusada que, de conformidad a lo establecido por la Ley, se disponía a dictar sentencia. El juicio había despertado gran expectación en los medios por el impacto y la trascendencia de los hechos. Reporteros y cámaras de televisión procedentes de todos los rincones se agolpaban tras la línea que estaban dispuestos a rebasar en cualquier momento. 

Olivia estaba sentada en el banco de los acusados, al lado de su abogado. Estaba relativamente cómoda y se la veía tranquila. Detrás estaba su marido, alguna compañera del hospital, y unos pocos amigos. El resto eran caras desconocidas para ella, la mayoría simplemente curiosos. Tras el banco de la acusación se encontraban los padres del bebé fallecido, y un gran número de familiares y amigos. Respiraban aires de justicia y parecían tener muy claro que la sentencia no les iba a defraudar. De hecho, durante los careos y las citaciones previas se había hecho evidente que Olivia había causado la muerte voluntaria a 15 criaturas que habían nacido en el Hospital en estado crítico, todas ellas con parálisis cerebral aguda y un cuadro extremademente reservado. La acusada, que se declaraba culpable de los hechos, no había ocultado ningún dato ni se había mostrado arrepentida en ningún momento.

Antes de hacer pública la resolución, el juez le preguntó a Olivia si quería hacer alguna declaración. Ella, sin dudarlo, dijo que sí, que le gustaría leer una carta. El juez pidió permiso a la acusación, y la petición fue aceptada. Olivia se acercó al micrófono que tenía delante, desplegó la carta que llevaba preparada y con voz clara dijo:  

Tenías razón David, ahora más que nunca, lo sé. Y tenías motivos para tener razón, por eso estoy aquí. Cuando viniste al mundo me dijeron que tendría que ser muy fuerte para cuidar de ti, que nadie podría entender lo que yo tampoco sería capaz de explicar. Me dijeron que me cuidara, para cuidar de ti. Pero a ti nadie te preguntó, porque tú tampoco entendías ni eras capaz de explicar nada. Y yo tampoco te pregunté si querías que te cuidara. Me dejé llevar por el amor de madre, esa fuerza incombustible capaz de mover montañas que a veces es ciega, egoista y no sabe quedarse a un lado. 

¿Dónde estabas tú, mi amor, cuándo salía el sol para los demás?, ¿dónde estábamos los demás cuándo te retorcías de dolor todos los días?, ¿no era tu cara el espejo de nuestro alma?, ¿no era tu silencio sepulcral la respuesta a todas mis preguntas? David, te pido perdón por no saber que tú no estabas dónde yo pensaba, que en realidad tú fuiste en parte producto de nuestra imaginación. Te pido perdón en mi nombre y en el de todos los que, más por suerte que por desgracia, nunca te entenderán.  

¿Cuándo dejaremos de consolarnos criticando a ese Dios en el que no creemos?, ¿cuándo nos quitaremos la venda que nos amordaza la razón?, ¿en qué momento nos daremos cuenta de que vida y muerte dignas son variables de la misma ecuación?  David, te pido perdón por no escucharte y por no quererte dar lo que hubiera deseado para mí .

Que ningún juez declare mi inocencia por haberte hecho cumplir una condena de la que sólo yo, como madre, soy culpable. Que nadie me levante la pena por haberte obligado a trabajos forzados. Que nadie me libere de este amor privado en ninguna celda. Que nunca deje de arrastrar tu cordón umbilical, mi amor.
Con aquellas palabras escritas de su puño y letra, frente a aquel micrófono, Olivia quedó lista para la sentencia.

lunera
febrero'11

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