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domingo, 26 de diciembre de 2010

Pero nunca más

Andrés estaba llegando a casa cargado con bolsas del supermercado cuando sonó su móvil. Vaciló unos instantes antes de detenerse, dejó en el suelo parte de la carga y se dio prisa en responder para no perder la llamada:
- ¿Sí, dígame? 
- Hola, buenas tardes, ¿eres Andrés? -  preguntó una voz femenina en tono sereno. 
- Sí, soy yo, ¿quien es?
- Verás, soy Esther, una amiga de Lucía, ¿te pillo bien? ... - dijo ella forzando un silencio que intuía necesario. 
- ... ¿eh?, ¿Lucía?, ¿qué Lucía? - respondió Andrés titubeante y medio aturdido.
- Lucía... -la voz femenina hizo de nuevo un silencio tras pronunciar aquel nombre, como si el silencio fuera un apellido secreto- Una amiga tuya que me pidió que contactara contigo -matizó Esther. 
- ¡Ah, sí... Lucía! -dijo Andrés mientras se recomponía y dejaba en el suelo el resto de las bolsas- ¿ha pasado algo? -preguntó presagiando alguna cosa rara.
- Pues sí, lo siento mucho pero tengo que darte muy malas noticias. Lucía falleció la semana pasada-. Esther dejó caer la noticia en un tono muy calmado. -Llevaba una temporada muy malita y el martes pasado nos dijo adiós - añadió con mucho tiento. 
- ¡Dios mío, no puede ser, no me lo puedo creer, me dejas helado...! - respondió Andrés visiblemente afectado.
- Yo tampoco lo he asimilado, éramos íntimas amigas desde hace años. Pero la vida a veces es así de injusta. En sus últimos días, todavía lúcida, me pidió que llegado este momento hablara contigo y te entregará algo muy personal. Por eso te llamo.
- No sé que decir, me tiemblan las piernas, ¡no puede ser! -exclamó Andrés llevándose las manos a la cabeza. -Disculpa, ¿cómo has dicho que te llamas?    
- Esther, me llamo Esther. Supongo que se trata de un golpe bastante duro para ti...Yo conocía lo vuestro casi desde el principio, Lucía y yo no teníamos secretos. Sé que eras alguien muy importante para ella... En fin, cuando estés un poco más tranquilo me llamas y quedamos un día de estos, ¿te parece?
- Sí, claro, por supuesto -dijo Andrés fuera de sí-. Ahora mismo no sé ni dónde estoy, deja que lo asimile un poco mejor y te devuelvo la llamada, muchas gracias por avisarme.

Andrés se quedó paralizado en mitad de la calle, con el móvil en la mano y la mirada perdida en ninguna parte rodeado de bolsas llenas de compra. Tenía el rostro y el alma desencajados. En los últimos meses, desde que Andrés perdió el contacto con Lucía, él la había estado buscando por todas partes, rastreando cualquier pista que le permitiera dar con ella. Encontrarla se había convertido en algo más que una ilusión o un deseo, la esperanza de volver a verla era lo que estaba moviendo su vida y Andrés se estaba empezando a dar cuenta en ese mismo momento.   

Al día siguiente Andrés contactó con Esther para quedar aquella misma tarde, se citaron en una céntrica cafetería de Madrid. Él llegó con casi media hora de adelanto, pidió un café y la esperó empalmando un cigarrillo tras otro sin parar de darle vueltas a la cabeza. Tenía un gesto serio y cansado, los ojos hinchados y un aspecto bastante desaliñado. Esther llegó puntual, enseguida localizó la mesa donde él le había indicado que la estaría esperando: 

- Hola, ¿qué tal?, ¿eres Andrés, verdad? - saludó Esther extendiéndole la mano
- Sí, soy yo -le respondió él incorporándose.
La verdad es que no se por dónde comenzar-. Ella tomó asiento con él y pidió un café con leche al chico de la barra. - Ha sido todo tan rápido y tan duro que esto me resulta un poco violento, la verdad… ¿pero tú?, ¿tú como estás?
- Pues ya ves, si tú no lo has asimilado, imagínate yo que llevaba tanto tiempo sin saber nada de ella. Por más vueltas que le doy todavía no me puedo creer que estemos hablando de la misma persona, Lucía siempre me juró y me perjuró que lo nuestro no lo sabía nadie. Era muy estricta con ese tema. Y sin embargo aquí estamos hablando de eso, como si tal cosa. Es como si alguien hubiera arrancado una hoja de mi diario y hubiera dejado a la vista las costuras-. Andrés aplastaba la colilla sobre el fondo del cenicero con insistencia mientras espiraba los restos de la última calada.
- No te preocupes, te entiendo, pero puedes confiar en mí, te aseguro que nadie más lo sabe-. Esther le miraba sin pestañear con el semblante serio. - Lucía y yo éramos como hermanas.
- No se, supongo que sería así -dijo él sin parecer del todo convencido-. Yo siempre he confiado en su palabra. Lo tenía todo, era una mujer arrebatadora, fascinante, misteriosa. Hay personas que nacen con ese duende, con ese don supremo para atraer a la gente. Pero también es verdad que ella siempre fue muy clara conmigo y cumplió a rajatabla nuestro pacto: sexo y diversión. Quizá porque yo no me conformaba con lo mismo a menudo tuve la sensación de ser un títere en sus manos.

Andrés hizo una pausa cuando vio llegar al camarero con el café de Esther. Esperó pacientemente a que lo sirviera y a que se alejara antes de continuar:
 - De todos modos reconozco que ella era mucho más madura que yo. Y no lo digo porque me sacara 10 diez años o porque viviera como una reina en un nivel de vida que yo no me podía permitir, eso nunca me asustó. Es que Lucía era una mujer de los pies a la cabeza y yo, ingenuo de mí, siempre estuve convencido de que acabaría rendida en mis brazos. 
- Pues debes saber que Lucía te adoraba -le interrumpió Esther sacudiendo la cucharilla de café en el borde de la taza-. Ella te admiraba, le encantaba tu sonrisa, tu voz varonil, tu juventud, tus ganas de vivir. Un día me confesó que cuando tú te quedabas dormido, ella fantaseaba con retroceder en el tiempo para verse joven y sin ataduras cuando tú despertaras. Pero también debo decirte que lo vuestro no tenía ninguna posibilidad, Lucía adoraba a su marido y a sus hijos y, aunque nunca me lo confesó, creo que incluso tenía miedo de que llegaras a cansarte.
- ¿Cansarme yo de ella? ¡Dios mío, eso sí que no! -exclamó Andres. - Durante mucho tiempo lo nuestro fue sólo sexo, sexo furtivo y descontrolado, porque eso es lo que ella quería. Pero dos años de relación clandestina es mucho tiempo y yo últimamente ya no lo llevaba tan bien. Hace menos de un año tuvimos una bronca bastante gorda, no sé si llegó a contártelo. Yo estaba cansado y le propuse tener otro tipo de relación, por mucho que cambiábamos de hotel me sentía asfixiado, necesitaba algo más, cualquier cosa, un paseo, un café. Pero no hubo manera, ella se puso como una fiera. Nos vimos un par de veces más y de repente desapareció, como si se la hubiera tragado la tierra.
- Sí, fue justo cuando le diagnosticaron el tumor -interrumpió Esther- le dieron seis meses de vida que ella ha estado dedicando en exclusiva a su familia y a su enfermedad, creo que ahí está la explicación.
- Ya ves, yo no tenía ni idea, ella nunca me comentó nada. La de veces que la maldije y la de veces que he estado a punto de cometer algún disparate. En los últimos tiempos he intentado seguirle la pista, he indagado en todos los hoteles en los que quedábamos, he frecuentado los sitios que alguna vez ella me había mencionado, he preguntado en sus boutiques favoritas, la he buscado por tierra, mar y aire, pero nada. Y aún así, hasta hoy no había tirado la toalla.
- Pues no te molestes más porque por desgracia ella ya sólo va a estar con nosotros en el recuerdo, y es mejor que su familia y sobre todo sus hijos nunca sepan nada de esto -dijo Esther en tono condescendiente-. Andrés, tengo que marcharme, pero antes quiero dejarte una nota que Lucía me pidió que te entregara personalmente, la escribió poco antes de morir.

Andrés cogió el sobre titulado "Para Andrés", lo abrió con torpeza y sacó de su interior una nota cuidadosamente doblada que sostuvo unos segundos entre sus manos temblorosas. Lanzó un suspiro antes de desplegarla y empezó a leerla en silencio. Esther vió como los ojos de Andrés se empapaban recorriendo aquellas líneas manuscritas y como basculaban sus lágrimas en cada nuevo renglón. Al llegar al final Andrés no pudo reprimirse y rompió a llorar como un niño. Esther le cogió de la mano y trató de consolarle en vano. No hubo más palabras hasta que pasados unos minutos, se pudo calmar. Él pidió la cuenta, pagó, y los dos se despidieron en la calle con un cálido abrazo. Andrés tenía la sensación de haber vivido un sueño muy profundo y que en cualquier momento Lucía volvería a aparecer.

Cuando Esther dobló la esquina, sacó el móvil de su bolso, hizo una llamada y sin apenas aliento dijo: "¿Lucía? …..... Sí, ya está ....... ha sido muy duro, pero nunca más". 

lunera
dic'10

El sitio de mi recreo.


Cuando con los ojos cerrados apenas puedes contener una ilusión, no tienes más que abrirlos para que ésta se abra paso. Esto es lo que me pasó recién cumplidos los 25 cuándo decidí buscar un lugar donde levantar mi palacio, un castillo donde mantenerme a salvo, una guarida para mis amigos o una segunda piel para alguien más. No buscaba un piso, buscaba un sitio para mi recreo.

Quería dejar atrás aquel piso de estudiantes de Alcobendas, los búhos de madrugada desde Plaza Castilla, mi segundo estante de la nevera, las esperas por entrar al baño, las fiestas en casas ajenas y la sensación de proletario gris y rancio en una casa hueca. No quería más broncas estúpidas con aquellos amigos extraños.

En mi horizonte se dibujaba Madrid, mil caminos por recorrer y mucha gente por descubrir. Me moría por escribir las primeras páginas de mi historia sin seguir ningún dictado. De vez en cuando, cuando las cosas se tienen tan claras, el universo parece conspirar a tu favor: un amigo recién llegado a Madrid nos comentó que en 15 días necesitaba encontrar piso en Alcobendas, "quédate con mi habitación Ferran" - le comenté sin bacilar - "yo quiero irme al centro, a Madrid".  

Aquel mismo fin de semana inicié la aventura, empecé a estampar círculos en la sección de viviendas del periódico y a concertar las primeras visitas. Fueron diez días trepidantes para salir del cascarón y aprender a volar.   

A pesar de que no llevaba ni un año en la capital, tenía muy claro que mi próxima parada sería Gran Vía. En aquella calle parecía desembocar medio Madrid y media vida. De día me impresionaban sus edificios majestuosos, sus grandes almacenes, y sobre todo aquel trasiego ecléctico de gentes y culturas. De noche, mientras la Gran Vía se desmaquillaba, me quedaba sin palabras viendo desfilar bajo las luces de neón lo mejor y lo peor de la jungla urbana: parejas y parejitas, personajes solitarios, maleantes, putas, maderos, borrachos y gente fascinada como yo. 

Visité muchos apartamentos, entre ellos uno pequeñísimo en la calle Hortaleza que en el anuncio habían bautizado como "loft", y que resultó ser interesante, pero no tenía luz natural. "Al no dar a la calle es muy tranquilo y no gasta nada en calefacción ", comentó la casera. 

Aquel mismo día de regreso a casa descubrí un cartel de "Se alquila" en el número 65 de la calle Valverde. Tuve un presentimiento y no quise dejarlo enfriar.

- ¿Sí?, ¿hola? - dijo una voz dulce por el interfono del número 65 de la calle Valverde  
- Hola, buenas tardes, llamo por el anuncio de alquiler que estoy viendo en el portal ¿podría  subir a verlo? -  pregunté con cierto nerviosismo.
- Tras unos instantes de silencio un zumbido accionó la puerta de entrada y un - "Suba, puede usted subir" - me accionó a mí para entrar.

Subí hasta el último piso de aquel viejo edificio, localicé el portal y respiré hondo antes de pulsar el timbre. En el interior se oyeron unos tímidos ladridos que alertaban de mi presencia y segundos después se abría la puerta del 5º D. 

- Buenas tardes, me llamo Miguel - le dije a la mujer que se asomaba por detrás de la puerta. 
- Hola, adelante, pase, pase, yo soy Ángeles -respondió ella esbozando una cumplida sonrisa-. Y no se preocupe por el perro, que no hace nada -añadió mientras se inclinaba para coger en sus brazos aquel chihuahua escandaloso-. Ha tenido usted suerte porque Norma y yo acabamos de llegar hace un ratito de dar un paseo. 

Según iba recorriendo aquellos escasos 65 metros cuadrados, mi corazón se aceleraba. Me enseñó el salón, acogedor y muy luminoso, el baño, dos habitaciones bastante aceptables, una cocina espaciosa y una terraza llena de plantas desde la que se podía contemplar un precioso collage de tejados y chimeneas castizos. Allí estaba el sitio de mi recreo con el que tanto había soñado: una cueva para mi soledad, un tejado para mis amigos, un rincón para el acuario, un lugar para mis libros y plantas, para caminar descalzo, para montar mis fiestas y para dormir con quien quisiera, para tomar el sol en pelotas...

Antes de abordar el trato empezamos a preparar el terreno. 
- Me recuerdas mucho mis inicios de cuando llegué a Madrid - comentó ella. Por entonces yo tenía muchos sueños y una larga carrera por delante. Yo he sido cantante de ópera, ¿sabes? he cantado en coros y he recorrido medio mundo. Pero ha llegado el momento de volver con mi familia canaria, es tiempo de estar más con ellos.
- ¡Qué maravilla!, yo adoro la música y me encanta viajar. Se nota que usted ha tenido una vida muy intensa, no hay más que oirla hablar - añadí devolviéndole la pelota.
La negociación se alargó bastante. Al principio nada hacía presagiar un acuerdo, nuestros puntos de partida estaban muy distantes y ninguno de los dos lo veía claro. Quizá por esa razón  fuimos dejando la negociación en un segundo plano y comenzamos a charlar, sin gran esfuerzo y sin mirar al reloj. Hablamos de nuestros orígenes y de nuestros aterrizajes en Madrid, de algunas manías y de otros temas mundanos. Yo noté que le caía bien, y creo que ella también notó lo mismo en sentido contrario. Estábamos pasando un buen rato, así que no me costó ningún esfuerzo aprovechar unos tentadores segundos de improvisado silencio para retomar el tema y lanzarle mi última oferta. Le propuse el precio máximo que podía pagar y la miré fijamente a los ojos para que escuchara a través de los míos. Ángeles vaciló unos instantes y sin disimular su satisfacción dictó sentencia:
- Bueno Miguel, como parece que le has caído bien a Norma el piso es tuyo, me harás el ingreso todos los días 2 de cada mes, y mañana me avanzarás dos meses en concepto de señal, que yo prepararé el contrato. Y ahora ya puedes tutearme y darme un beso antes de que me arrepienta. 

Al día siguiente le pagué los dos meses de fianza, le avancé el pago del primer mes y firmé el contrato que había preparado para entregarme el piso a la semana siguiente. La casera me entregó dos juegos de llaves y nos despedimos con mucho afecto. El universo estaba a punto de conspirar a mi favor, por fin lo había conseguido.
Y llegó el día del gran estreno. Una semana después, con una furgoneta llena de cajas frente al número 65 de la calle Valverde, no conseguí que ninguna de las llaves abriera la puerta del 5ºD. Unos minutos después estaba en la comisaría de Leganitos denunciando una presunta estafa por falso arrendamiento. Aquellas fueron las entradas más caras que he pagado nunca por un auténtico espectáculo en la mismísima Gran Vía.    

Mientras me tomaban declaración, un viejo transistor de la comisaría dejaba escapar versos libres de neón para surcar los tejados castizos de la Gran Vía, sonaba "El sitio de mi recreo". Cerré los ojos y me dejé llevar por la canción.   

lunera
dic'10