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domingo, 26 de diciembre de 2010

El sitio de mi recreo.


Cuando con los ojos cerrados apenas puedes contener una ilusión, no tienes más que abrirlos para que ésta se abra paso. Esto es lo que me pasó recién cumplidos los 25 cuándo decidí buscar un lugar donde levantar mi palacio, un castillo donde mantenerme a salvo, una guarida para mis amigos o una segunda piel para alguien más. No buscaba un piso, buscaba un sitio para mi recreo.

Quería dejar atrás aquel piso de estudiantes de Alcobendas, los búhos de madrugada desde Plaza Castilla, mi segundo estante de la nevera, las esperas por entrar al baño, las fiestas en casas ajenas y la sensación de proletario gris y rancio en una casa hueca. No quería más broncas estúpidas con aquellos amigos extraños.

En mi horizonte se dibujaba Madrid, mil caminos por recorrer y mucha gente por descubrir. Me moría por escribir las primeras páginas de mi historia sin seguir ningún dictado. De vez en cuando, cuando las cosas se tienen tan claras, el universo parece conspirar a tu favor: un amigo recién llegado a Madrid nos comentó que en 15 días necesitaba encontrar piso en Alcobendas, "quédate con mi habitación Ferran" - le comenté sin bacilar - "yo quiero irme al centro, a Madrid".  

Aquel mismo fin de semana inicié la aventura, empecé a estampar círculos en la sección de viviendas del periódico y a concertar las primeras visitas. Fueron diez días trepidantes para salir del cascarón y aprender a volar.   

A pesar de que no llevaba ni un año en la capital, tenía muy claro que mi próxima parada sería Gran Vía. En aquella calle parecía desembocar medio Madrid y media vida. De día me impresionaban sus edificios majestuosos, sus grandes almacenes, y sobre todo aquel trasiego ecléctico de gentes y culturas. De noche, mientras la Gran Vía se desmaquillaba, me quedaba sin palabras viendo desfilar bajo las luces de neón lo mejor y lo peor de la jungla urbana: parejas y parejitas, personajes solitarios, maleantes, putas, maderos, borrachos y gente fascinada como yo. 

Visité muchos apartamentos, entre ellos uno pequeñísimo en la calle Hortaleza que en el anuncio habían bautizado como "loft", y que resultó ser interesante, pero no tenía luz natural. "Al no dar a la calle es muy tranquilo y no gasta nada en calefacción ", comentó la casera. 

Aquel mismo día de regreso a casa descubrí un cartel de "Se alquila" en el número 65 de la calle Valverde. Tuve un presentimiento y no quise dejarlo enfriar.

- ¿Sí?, ¿hola? - dijo una voz dulce por el interfono del número 65 de la calle Valverde  
- Hola, buenas tardes, llamo por el anuncio de alquiler que estoy viendo en el portal ¿podría  subir a verlo? -  pregunté con cierto nerviosismo.
- Tras unos instantes de silencio un zumbido accionó la puerta de entrada y un - "Suba, puede usted subir" - me accionó a mí para entrar.

Subí hasta el último piso de aquel viejo edificio, localicé el portal y respiré hondo antes de pulsar el timbre. En el interior se oyeron unos tímidos ladridos que alertaban de mi presencia y segundos después se abría la puerta del 5º D. 

- Buenas tardes, me llamo Miguel - le dije a la mujer que se asomaba por detrás de la puerta. 
- Hola, adelante, pase, pase, yo soy Ángeles -respondió ella esbozando una cumplida sonrisa-. Y no se preocupe por el perro, que no hace nada -añadió mientras se inclinaba para coger en sus brazos aquel chihuahua escandaloso-. Ha tenido usted suerte porque Norma y yo acabamos de llegar hace un ratito de dar un paseo. 

Según iba recorriendo aquellos escasos 65 metros cuadrados, mi corazón se aceleraba. Me enseñó el salón, acogedor y muy luminoso, el baño, dos habitaciones bastante aceptables, una cocina espaciosa y una terraza llena de plantas desde la que se podía contemplar un precioso collage de tejados y chimeneas castizos. Allí estaba el sitio de mi recreo con el que tanto había soñado: una cueva para mi soledad, un tejado para mis amigos, un rincón para el acuario, un lugar para mis libros y plantas, para caminar descalzo, para montar mis fiestas y para dormir con quien quisiera, para tomar el sol en pelotas...

Antes de abordar el trato empezamos a preparar el terreno. 
- Me recuerdas mucho mis inicios de cuando llegué a Madrid - comentó ella. Por entonces yo tenía muchos sueños y una larga carrera por delante. Yo he sido cantante de ópera, ¿sabes? he cantado en coros y he recorrido medio mundo. Pero ha llegado el momento de volver con mi familia canaria, es tiempo de estar más con ellos.
- ¡Qué maravilla!, yo adoro la música y me encanta viajar. Se nota que usted ha tenido una vida muy intensa, no hay más que oirla hablar - añadí devolviéndole la pelota.
La negociación se alargó bastante. Al principio nada hacía presagiar un acuerdo, nuestros puntos de partida estaban muy distantes y ninguno de los dos lo veía claro. Quizá por esa razón  fuimos dejando la negociación en un segundo plano y comenzamos a charlar, sin gran esfuerzo y sin mirar al reloj. Hablamos de nuestros orígenes y de nuestros aterrizajes en Madrid, de algunas manías y de otros temas mundanos. Yo noté que le caía bien, y creo que ella también notó lo mismo en sentido contrario. Estábamos pasando un buen rato, así que no me costó ningún esfuerzo aprovechar unos tentadores segundos de improvisado silencio para retomar el tema y lanzarle mi última oferta. Le propuse el precio máximo que podía pagar y la miré fijamente a los ojos para que escuchara a través de los míos. Ángeles vaciló unos instantes y sin disimular su satisfacción dictó sentencia:
- Bueno Miguel, como parece que le has caído bien a Norma el piso es tuyo, me harás el ingreso todos los días 2 de cada mes, y mañana me avanzarás dos meses en concepto de señal, que yo prepararé el contrato. Y ahora ya puedes tutearme y darme un beso antes de que me arrepienta. 

Al día siguiente le pagué los dos meses de fianza, le avancé el pago del primer mes y firmé el contrato que había preparado para entregarme el piso a la semana siguiente. La casera me entregó dos juegos de llaves y nos despedimos con mucho afecto. El universo estaba a punto de conspirar a mi favor, por fin lo había conseguido.
Y llegó el día del gran estreno. Una semana después, con una furgoneta llena de cajas frente al número 65 de la calle Valverde, no conseguí que ninguna de las llaves abriera la puerta del 5ºD. Unos minutos después estaba en la comisaría de Leganitos denunciando una presunta estafa por falso arrendamiento. Aquellas fueron las entradas más caras que he pagado nunca por un auténtico espectáculo en la mismísima Gran Vía.    

Mientras me tomaban declaración, un viejo transistor de la comisaría dejaba escapar versos libres de neón para surcar los tejados castizos de la Gran Vía, sonaba "El sitio de mi recreo". Cerré los ojos y me dejé llevar por la canción.   

lunera
dic'10

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